04-11-11 Cambia el aire. Cambia el caminar. Cambian las calles.
Piso suelo mexicano el día de los muertos. Por la ventana del avión diviso la interminable Ciudad de México. Inabarcable. Horizonte infinito de luces. DF parece no tener fin.
Europa te hace olvidar los pequeños placeres de la vida latinoamericana. Desde saludar al vecino, caminar lento y tranquilo hasta comer algo en la calle: un jugo, unos tacos o una tortilla.
No llevo ni un día y el culo ya me pica. El chili es religión. Nadie le hace asco. Le ponen como si fuera mayonesa.
Escarabajos y combis, dos de los fetiches de un viajero se pasean de a centeneras por las calles. Las avenidas son enormes. 4 o 5 carriles hace falta para albergar tantos carros. En los barrios también son anchas, extensas.
A mejor vida ha pasado el pan congelado del chino, las frutas sin sabor, el kebap o el café expreso. Las tiendas de alimentación vuelven a ser atendidas por sus dueños. Ofrecen productos sueltos, frutas naturales con colores y gustos verdaderos.
Desayuno un clásico, avena con banana y panela, aguacate con tomate y tortilla de maíz.
Estoy en tierra de tacos, tamales, mercados y puestos callejeros. Aquí la vida transcurre a la vista de todos. No hace falta preguntar, porque las cosas aparecen ante tus ojos sin previo aviso.
Como los botones que hoy encontré en el mercado y me hubiera llevado una mañana encontrarlos en España.
Como el jugo de alfalfa con guayaba o el de guanábana. Un placer que teniendo dinero no se lo puede pagar ni en Suiza, ni en España, ni en Bélgica. Un jugo natural no tiene precio. No es moda, ni es way, es un pinche cabrón jugo, que te alegra el día, que lo compras con gusto, que lo bebes con felicidad. No recuerdo haber bebido un café expreso, ni una gaseosa, ni una lata de cerveza el último año, con las mismas ganas con que hoy tome esos jugos. No recuerdo haber tenido intenciones de ponerme a elegir entre los cientos de variedades de tetrabriks de zumos que llenaban las góndolas de los supermercados europeos como hoy de volver probar cada una de esas frutas que tan felices me hicieron.
(Retomo esta escritura una semanita después o tal vez 10 días. Ya paso la convención y el festival por el cua llegue a Mexico. Ahora llego el moco verde, la gripe del DF. Pero no busco farmacias, busco a las señoras de los jugos de naranja, de toronja, de zanahoria. Tengo fe que tomando todos los que pueda por dia, esta congestión se me va a ir solita).
Porque al fin y al cabo la energía con que hacen las cosas es lo que uno ingiere. Los que venden comida lo hacen con amor. Lo casero no tiene competencia posible. Ningúna franquicia de comida puede competir con algo que sale del corazón. La gentileza es parte del alimento. La charla con la caserita mientras te prepara la gordita o la quesadilla te nutre tanto como el taco.
No sean malos, el progreso al fin y al cabo siempre nos lleva a un mundo mas aburrido y previsible. El progreso es siempre enemigo del folklore, de las costumbres…
El mundo postmoderno cambio sabrosura por comodidad, sentimiento por higiene, espontaneidad por seguridad, sorpresas por certezas.
Estoy de vuelta en Latinoamérica. Con energías renovadas, con ganas de salir a caminar por las calles, con esperanzas de encontrarme con situaciones nuevas todos los días.
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